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Bienvenidos, niños y niñas del nuevo eón que os aventurais en un viaje por la mente y el universo de la Gran Bestia y la luna de Oonderon... El delirio del deleite de Do Su Ne.
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Do Su Ne
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domingo, 2 de marzo de 2008

Desde la Luna de Oonderon III : El cuento del ermitaño y el cerdo

93! y bienvenidos de nuevo a este pequeño espacio... Hoy voy a retomar la historia de la Luna de Oonderon pero no por donde estaba. Antes, habeis de conocer lo que tubo lugar al norte, en el punto más extremo del norte de la luna de Oonderon, en el cual había una enorme montaña.

En esta montaña, escondida entre sus escarpadas paredes, se encontraba una pequeña cabaña fabricada a partir de una sólida madera vieja, que impresionaría al viajero si alguien tubiera la insensatez de aparecer por ahí. Y ciertamente su tono marrón oscuro desprende un opaco destello de respeto rodeado de tan grises y rocaceas paredes.

Tan sólo unos pocos matojos, algunos tortuosos caminos hacían compañía a aquella tan inesperada construcción. Dentro de ella vivía un hombre, del que dirías que es anciano cuando lo vieras, pues sus cabellos y su barba son largas y blancas como la nieve. Sus ojos, cubiertos con dos frondosas cejas blancas, reflejaban una mirada profunda como un abismo, penetrable y despierta. La mirada de alguién que, sin duda, había vivido mucho tiempo.

Pero es observando su hacer diario cuando dirías que es un adulto, se levanta antes de que salga el sol, y hasta que amananece le espera meditando en silencio. Realmente, este anciano lleva años sin decir una palabra, no tiene necesidad de hablar con nadie y se mantiene en silencio. Cuando sale el sol, el anciano parte por los tortuosos caminos de la montaña, hasta llegar una cueva, cercana si sabes bien el camino, en la que habitan tres cabras. El anciano Ermitaño a menudo les lleva matojos y otros vegetales que encuentra por la montaña, y las cabras agradecidas le proporcionan su leche. Sólo recoge la cantidad que necesita para hacerse unos quesos que le durarán varios dias.
Así que volvía a su cabaña y sosegadamente empezaba a preparar la leche para fermentarla y hacer queso. Cuando todo estaba preparado, se dirigía a la parte de atrás, tomaba su hacha y retornaba a los tortuosos caminos que eran su morada, y en silencio, pues no tenía necesidad de hablar, cortaba de los árboles escasos, la madera que necesitaba, no más. Y así con una veintena de trozos de madera atados con una cuerda regresaba a su cabaña, y en ella usaba las maderas para hacer fuego y calentarse y poder alimentarse. Pasaba otra buena parte de la tarde meditando en silencio. Toda la montaña parecía unirse a su meditación durante esas horas vespertinas, pues no existía un ser en toda la montaña que osara perturbar con sonido alguno aquella meditación. Antes de que el crepúsculo llegara, el anciano Ermitaño se adentraba en la montaña hasta el nacimiento de un riachuelo. Se aseaba con la gélida agua recién nacida sin emitir ningún quejido, mantenía su silencio y sólo usaba el agua que necesitaba para lavarse.

Una vez se había aseado regresaba a su cabaña según caía el crepúsculo. Y tras pasarse un par de horas observando las estrellas el hermitaño se acostaba, hasta que empezara un nuevo día.

Esto era lo que te hacía pensar que era un adulto, pues se levantaba temprano, realizaba tareas de forma diaría y continuada, y sobretodo que carecía de bastón, incluso para andar por tan peligrosos caminos.

Sin embargo, aquellos pocos que lo conocieron alguna vez, dijeron que parecía ser un niño. Se cuenta que un día, el anciano Ermitaño rompió su rutina y tomó el camino descendente de la montaña, en cuya falda había un pueblo pequeño. La distancia entre la cabaña y el pueblo es muy notable. Ciertamente una persona normal tardaría muchas horas en llegar. En no más de tres horas, sin embargo, el anciano Ermitaño entró en el pueblo. Era medía tarde y el sol ardía en lo alto, presidiendo un día con un clima estúpendo, ligeramente caluroso, pero con la fría brisa de la montaña daba una sensación de frio y calor al mismo tiempo. Y así era.

El anciano Ermitaño llevó consigo unos pocos quesos que había hecho anteriormente con la intención de cambiarlos en el pueblo por arroz y vino. El anciano sabía que en ese pueblecito cultibaban arroz y amplias vides repletas de brillantes y sabrosas uvas, con las que hacía un vino distinguidamente embriagador. Al contrario que la zona de la cabaña del Ermitaño, que era alta en la montaña y allí la vida es muy escasa y dificultosa, la falda de la montaña, en la que se encontraba el pueblecito, se extendía como un extenso campo verde y lleno de vida sonidos y colores.

Las gentes de este pequeño pueblecito, conocían al ermitaño por historias que habían oído pero muy pocos de ellos podía hablar de que lo habían, tan siquiera, visto.
Uno de los habitantes, le vió entrar en el pueblo y rápido se dirigió a darle la bienvenida entusiasmado.
Enseguida se dió cuenta de que el anciano llevaba unos quesos atados con cuerdas y sin perder un instante le dijo al anciano:

- Vos sois el honorable anciano que vive, allá en lo alto de esta escarpada montaña, ¿verdad? ¿Qué hace que nos hagais esta tan agradable cómo inesperada visita?

Entre tanto unas pocas personas se amontonaban detrás del joven, cuchicheando y el anciano Ermitaño, rompió su silencio en una carcajada. Hacía mucho que no hablaba...

- No soy tan honorable amble joven, pero os lo agradezco - se quejo entre risas- dejarme presentarme y deciros que hago aquí. Me llamo Jalh y como bien sabeís, vivo en una cabaña en lo alto de esta montaña. Entre mis quehaceres me dedico a hacer quesos, y tras mucho tiempo he decidido traer algunos y así poder cambiaroslos por arroz y vino, que es sabido que abundan por esta hermosa parte de la montaña.

El joven se alegró y dijo complacido:

- Me alegra lo que decís, Jalh. Mi nombre es Lu Xuen, si sois tan amable de seguirme os llevaré a mi casa donde podremos hacer el intercambio.

Una vez en la casa de Lu Xuen, Jalh pudo probar el vino mostrandose realmente entusiamado. Pasaron unas cuantas horas bebiendo el vino de Lu Xuen y comiendo el queso de Jalh, fue un rato en el que estubieron absolutamente despreocupados y no paraban de reír y de contarse historias.
Inesperadamente, el rostro adornado hasta ahora de un ligero tono rosado del anciano Ermitaño, se sumió al instante en una absoluta sobriedad y este, con un tono grave y severo le dijo a Lu Xuen que se tenía que marchar.

Tras despedirse, Lu Xuen se quedo en la puerta de su casa viendo marchar al Ermitaño, con un saco de arroz atado a una cuerda y caminando a un paso ligero. No había dejado de sorprenderle ese cambio de aptitud tan repentina, y ante la negativa del anciano para quedarse no tenía otra opción que despedirle. Lo que le preocupaba realmente a Lu Xuen, era el angosto y peligroso camino que le esperaba, más con el crepúsculo al hacecho.
Finalmente, el Ermitaño desapareció en el horizonte y Lu Xuen volvió dentro de su casa.
Lo que Lu Xuen ignoraba, y el Ermitaño Jalh también, esque uno de los cerdos que este tenía junto a su casa le vió observar en la puerta como se alejaba el Ermitaño. Conmovido el cerdo por la expresión de su amo, sin pensarselo dos veces se las apañó para salir del cerco en el que estaba y comenzó a caminar hacia el horizonte.

Las estrellas brillaban ya en lo alto del despejado azul oscuro del cielo, para entonces el Ermitaño entraba en su casa. Tras dejar el arroz y preparar y comerse un tazón, salió a echar un vistazo al cielo.
Volvía a estar en silencio, la calma y belleza del lugar en el que estaba le hacían sentirse satisfecho. Y tras pasar un largo rato mirando al cielo, volvió a meterse en su cabaña y se durmió.

Y así otra vez continuó sus quehaceres diarios, todos los días eran exactamente iguales, se levantaba temprano, meditaba en silencio antes de que saliera el sol, alimentaba a las cabras con los matojos que encontraba y recogia su leche para hacer queso. Luego cortaba leña para hacer fuego, volvía a meditar en silencio, se lababa en el nacimiento de un riachuelo y observaba las estrellas. Siempre en silencio.

Pasaron varias semanas, el anciano Ermitaño se encontraba meditando en silencio en su cabaña, pues era por la tarde. Toda la montaña se andaba sumida en una sosegada calma y en un riguroso silencio. La meditación del anciano Ermitaño Jalh era rigurosa y perfecta que ningún ser de la montaña se atrevía a romper tal silencio... ¿O tal vez esta tarde fuera distinto?

Justo ese día el cerdo que salió de la casa de Lu Xuen había encontrado el camino. ¿Cómo? Nadie lo sabe, pero lo cierto esque de forma ruidosa y apresurada se precipitó hacia la puerta de matojos que constituían su único obstáculo y se plantó frente al Ermitaño y comenzó a gruñirle insistentemente y cómo un loco.

Jalh sin embargo no movió un musculo. Ignoró completamente al cerdo y apretando fuerte los dientes continúo sentado. El mismo sabía que nada podía hacerle mover ni inmutarle cuando estaba meditando en silencio así que el cerdo no iba a causarle el menor problema.

El cerdo, indignado, comenzó a dar golpes con su hocico al Ermitaño mientras gruñía más y más fuerte. Pero aún así el Ermitaño continuaba impasible y el cerdo, insatisfecho, salió del interior de la cabaña. Pronto, un ruido estremecedor rompió de nuevo el silencio imperante, pero el anciano Jalh no se inmutó.
Fuera de la cabaña el cerdo se las había ingeniado para romper el bidón donde el Ermitaño conservaba el agua y no tardó ni un segundo en ponerse a guarrear y a gruñir cuanto pudo.

Justo cuando aparecía el crepúsculo Jalh el Ermitaño finalizó su meditación y se levantó con una cara, que si hubiera sido de ira el cerdo hubiera tenido mucha suerte, lo que la hacía peor era el semblante tranquilo y pacifico del Ermitaño, que reflejaba una expresión aterradora. Cómo la de un mar en calma, mientras espera a que te adentres, para estallar en tormenta mortal, pero a la vez.

Eso, por supuesto, no hizo al cerdo inmutarse y siguió guarrendo y gruñendo bajo la atoníta mirada de Jalh, que intentó tener sangre fría, pero el cerdo fue tan insistente que finalmente el Ermitaño rompió su silencio gritando: ¡¡¿Porqué?!!. El cerdo paró al instante, casi parecía que estaba satisfecho, incluso que sonriera por ridiculo que pueda parecer decirlo.

Pero pasó que tras unos instantes, el cerdo volvió a su guarreo y su insoportable gruñir, cosa que hizo al Ermitaño echarle a patadas furfullando repetidas veces infames palabras. Pero de todas ellas, la unica que le hacía tomar atención era Porqué, el Ermitaño se dió cuenta de eso y finalmente entre Porqués, consiguió alejar al insidioso cerdo.

El Ermitaño volvió entonces a su cabaña y pasó el resto del dia tranquilo. Y justo cuando más relajado estaba el Ermitaño, más afanado estaba Porqué, el cerdo. Se dedico a comer todo lo que veía por las escarpadas montañas, deborando matojos y cualquier cosa que le resultara apetitosa, dentro de la escasez de la zona.

Así pasó que cuando al día siguiente Jalh salió para recoger matorrales para las cabras, tan sólo encontró al cerdo tirado descansando, como aquel que se acaba de dar un buen festín. Jalh armó en colera y agarró con fuerza del rabo del cerdo Porqué y lo llevó arrastrando hasta donde estaban las cabras para mostrarles al culpable de que no tubiera matojos para darles.

Con esto, el Ermitaño Jalh rompió su silencio diciendo.

- He salido temprano como todos los días, sin decir palabra alguna, pero este cerdo se ha empeñado en hacerme la vida imposible y después de molestarme ayer en mi meditación, hoy se ha comido todo lo que se ha encontrado y a causa de ello no os he podido traer nada.

Las cabras le miraban como si la cosa no fuera con ellas, a fin de cuentas, son cabras. Asi que, resignado, soltó al cerdo Porqué y recogió la leche que necesitaba.
El cerdo pasó todo el día haciendo todo cuanto podía por molestar al viejo Ermitaño. Y tras levantarse de la meditación de la tarde, decidió atar al cerdo para que se estubiera quieto, pero este seguía gruñendo insistentemente.
La calma retorno al Ermitaño, cómo si hubiera visto la luz, y rápido sentenció:

- El silencio volverá a reinar en esta montaña.

Y si mediar palabra alguna cogió su hacha de cortar madera y le asestó tal golpe al cerdo llamado Porqué, que su cabeza cayó con un corte perfecto.
Desconozco lo que hizo el Ermitaño Jalh con el cerdo, lo que nadie puede dudar esque la calma y el silencio volvieron a reinar en su montaña.

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